lunes, 14 de junio de 2010

.dos

Escribimos por dos día de lluvia.
Ella y yo, ambas mojándonos de soledad y frío en un invierno que se anticipa ya usado.
Ella, la intrusa de esta casa que supe llamar cuerpo, habla por mí sin palabras.
No sé escribir.
Ambas sabemos de la gravedad de los truenos. Amabas nos acurrucamos, cuerpo con cuerpo, para dormir sin nervios, pero no.
Acuden en sueños y en la vigilia sus amigos fantasmas, sus ángeles de miedo, esa imagen de Rose que tanto me gustaba, "sus óperas de nada".
Latimos en un día de tormenta eléctrica, le enviamos cartas de condolencias al sol. Ambas sudamos medias a rayas, estómagos con sueño y noches infelices. Ambas travestimos el día y jugamos a disfrazarnos una de la otra. Sus manos transparentes de tan blancas me pintan los labios con la sangre que cuelga de todas y todas las flores de la casa. Yo peino su cabello envidiablemente largo y sedoso con una costilla de vaca que guardo desde hace siglos. Lo enrosco y desenrosco mientras reímos, juntas y entrelazadas por dos dedos de locura.
Amamos. Con locura, con furia, con tristeza. Con tristeza. Con ganas de remendarnos la boca y la amnesia, el olor a muerte de adentro, esta escinción rotunda de días no festivos.

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