martes, 1 de abril de 2008

.absurdos

El absurdo es más cotidiano de lo que imaginamos. Se planta ante nuestros ojos con disfraz de cosa ordinaria nomás, de cuestiones sin mayor importancia.
Los cumpleaños y las casualidades, las buenas acciones, las personas que se cruzan en mi camino y retienen mi llegada a clases, concretan una cita o se ponen al día, las recomendaciones, todo se encierra en un absurdo cristalino y también un poco sabio. Son esos pequeños sucesos que dejan un gusto metálico y las ganas de contárselo a alguien, pero alguien ya nos pregunta por mensajes de texto cómo ha sido el día, así que todo cierra perfectamente y lo cotidiano del absurdo se fortalece con el paso de las horas.
Y aún así, la mirada se detiene en las cosas que más saltan a la vista. La ciudad humedecida, una mampara de agua finita y las esquinas pobladas con algunos limpiavidrios. Y encima una monedita a cambio. Más adelante, con más cuadras mojadas de por medio, un grupo observa cabizbajo las mangueras obsoletas del lavadero improvisado, la vereda pareja donde antes la humedad solo delataba la naturaleza de su negocio.
Y una sonrisa, interna y permanente, que termina con la llovizna y los festejos. Otra señal del absurdo en medio de la guerra diaria.

No hay comentarios: