lunes, 28 de abril de 2008

.frases sueltas

Me encuentro la palabra de casualidad.

El día no se decide, apenas llama mi atención para que le dedique unas líneas.

El té de durazno parece no haber surtido efecto. Debo buscar una droga más potente.

Comparto, si alguien la quiere, esta soledad impermeable.
Hay tanto por hacer.

Se escurre el tiempo como puñaditos de arena entre los dedos. Parece la sombra de un río, algo verosímil pero inexistente.

Y aquí nomás un micropoema que le dedico a una personita:

El glamour de tu peinado
consiste nada más en un lápiz dorado.

Y dejo que las gotitas de la llovizna me mojen la nariz y mis pecas.

viernes, 11 de abril de 2008

.desconocido

- ¡Qué clima! ¿eh?
- Querrá decir 'qué tiempo atmosférico'; el clima es un promedio de los estados del tiempo en una región durante un período de aproximadamente diez años.
La señora trueca su sonrisa, preámbulo de simpatía, en un gesto de confusión, pero no desiste de entablar conversación con el desconocido que ha ocupado el asiento de al lado ni bien ella ocupa el suyo.
- Tengo un nieto de su misma edad... - comienza nuevamente.
- ¿Y cómo sabe mi edad? - Esta vez la mujer se endereza en el asiento y gira un poco para mirarlo con más atención. Por su parte, él mira hacia afuera por sobre la nariz de su compañera de asiento, como si nada extraño hubiera sucedido.
- Bueno, déjeme adivinar - prosigue la mujer con admirable buen humor, pero también un poco de cautela.
- Como dejarla, la dejo - responde él, con el mismo tono impasible de antes.
La señora suspira y mira un segundo el vidrio empañado y sucio del ómnibus.
- Debe tener unos veinticinco, mi nieto mayor tiene esa edad.
Por primera vez él le sonríe y la mira.
- Veintisiete - afirma, convencido de que la rotundidad de la respuesta acabará con la charla. Pero esta ola de optimismo caduca con una nueva frase.
- ¿Y qué hace? ¿Estudia?
Él se limita a sonreir tristemente y fijar la mirada en los goterones que resbalan por los vidrios.
El coche se detiene, se intercambian algunos pasajeros y la mujer aún aguarda la respuesta del desconocido.
- Me asombra su interés. - le explica él apenas mirándola de reojo, procurando concentrarse en la ventanilla - De veras que el tiempo está terrible.
- Está terrible, sí.
Él toma las manos de la mujer entre las suyas, hundido por la culpa de haber jugado con esa situación que lo debilita.
- ¡Pero qué joven tan cariñoso! - Dice con toda naturalidad la señora, mientras la cabeza de él cae sobre su hombro, conteniendo una oleada de sollozos.
Algunas cuadras después, un frase arranca a la mujer de su letargo. Su compañero se incorpora y la toma dulcemente del brazo.
- Vamos, abuela, la que viene es la del hospital.

miércoles, 2 de abril de 2008

.quién sabe


"Sabíamos no decirnos nada
conservando en apariencia
una amistad consolidada..."
Las pastillas del abuelo - Quién sabe


Llega tarde y el cementerio le llena toda la ventanilla con su imponente volumen y su olor casi imperceptible.
Llega tarde y no piensa en eso. Prefiere hacer tintinear las monedas de su bolsillo y ver el cementerio a su derecha la hace remontarse a las contadas veces en que se ha visto obligada a concurrir.
A la izquierda desfilan los pintorescos puestos fúnebres con un registro amplio del santoral como nombres, las flores dramáticas en los estantes y niños jugando, mezclados entre la vida y el negocio de la muerte.
Un niño se sube al ómnibus y dejan de tintinear las moneditas en su bolsillo, ofrecidas con una sonrisa y sin nada cambio.
El día respira cuando el ómnibus deja atrás el ancho muro en su marcha a destino. Ella respira el nuevo aire y piensa en su propio destino manchado de incertidumbre.
Y en el lugar previamente estipulado la espera el comienzo del fin de la tarde, con disculpas aceptadas por la tardanza y galletitas.
"...Hola, qué hacés, convidame un pucho / que me tenés abandonada". Y el beso en la mejilla de tantas veces queda esta vez suspendido en la historia, en el imaginario personal y en ese recoveco del alma que se llena de señales ignoradas. Queda como una duda, como el límite entre lo que fueron y lo que, quién sabe, llegarían a ser.

martes, 1 de abril de 2008

.absurdos

El absurdo es más cotidiano de lo que imaginamos. Se planta ante nuestros ojos con disfraz de cosa ordinaria nomás, de cuestiones sin mayor importancia.
Los cumpleaños y las casualidades, las buenas acciones, las personas que se cruzan en mi camino y retienen mi llegada a clases, concretan una cita o se ponen al día, las recomendaciones, todo se encierra en un absurdo cristalino y también un poco sabio. Son esos pequeños sucesos que dejan un gusto metálico y las ganas de contárselo a alguien, pero alguien ya nos pregunta por mensajes de texto cómo ha sido el día, así que todo cierra perfectamente y lo cotidiano del absurdo se fortalece con el paso de las horas.
Y aún así, la mirada se detiene en las cosas que más saltan a la vista. La ciudad humedecida, una mampara de agua finita y las esquinas pobladas con algunos limpiavidrios. Y encima una monedita a cambio. Más adelante, con más cuadras mojadas de por medio, un grupo observa cabizbajo las mangueras obsoletas del lavadero improvisado, la vereda pareja donde antes la humedad solo delataba la naturaleza de su negocio.
Y una sonrisa, interna y permanente, que termina con la llovizna y los festejos. Otra señal del absurdo en medio de la guerra diaria.